En julio de 2023 Insensata publica ‘Soy tu Padre‘, subtitulándolo ‘Poética de la Transexualidad‘, un poemario escrito originalmente en hebreo por el autor israelí Adi Wolfson y traducido al español por Gerardo Lewin. Ha sido ilustrado en su sobrecubierta por Hilly Wolfson.
«Yo, que hasta ahora fui el padre / de dos hijos y una hija, seré / a partir de ahora, / el padre de tres hijos». De este modo se expresa, casi al final del poemario, de su testimonio, Adi Wolfson. «La niña que tenía ¿dónde está?», podría haber dicho igualmente. Lo pensaría, de seguro, en algún momento. Es evidente a partir del recorrido de su testimonio.
Con independencia de lo que quepa reflexionar y debatir sobre la carga de profundidad implícita al sentido posesivo del “tener” respecto de los hijos e hijas, de las personas a las que amamos, (¿qué es lo que “tenemos”? ¿es a un “quién” o a un “qué”? ¿de qué modo “tenemos” eso que “tenemos”?), análisis respecto del cual no es espacio éste, el testimonio poético que nos ofrece Adi Wolfson podría ser el reflejo de toda una sociedad. Aquélla que todavía no se había parado a pensar. Aquélla imbuida en ese artefacto al que queremos llamar “normalidad”, aunque sea estadística, que de repente se encuentra interpelada a cambiar sus modos de interiorizar al otro.
Un padre “normal”, que vive una vida aparentemente “normal” en un contexto “normal” de una familia “normal” que se ha socializado, como todas, como la mayoría, a través de códigos patriarcales en su comprensión del otro y del mundo. Un profesor e investigador universitario a quien, por tanto, se supone acostumbrado al razonamiento basado en la evidencia de cuanto se le presenta, que se topa con que tiene que hacer su propia transición existencial ante la transición sexual de alguien a quien ama. La evidencia de que la normalidad no era lo que le habían contado, lo que nos habían contado. De profesor, pasa, de nuevo, a ser un alumno que, primero, tiene que desaprender viejos atavismos de anclaje machista para, a continuación, prestar atención a otro ser a partir del propio interior de ese otro ser, ponerse en su piel y empatizar, sin apriorismos, con las esencias existenciales primando sobre la imposición de lo normativo.
Queda patente, en sus palabras, que nada le había preparado para ello, para esa transición existencial. Ni el aumento de conciencia social sobre la transexualidad, ni la indiscutible evolución de las políticas de igualdad impulsadas por el feminismo en todas las sociedades que se consideran “democráticas”, ni por supuesto su propia inclinación existencial más o menos progresista. Nadie le había anticipado que la transición sexual e identitaria de un ser a quien amas conlleva, así mismo, una transición en la representación interna que tienes de ese ser, no sólo en pensamiento y lenguaje, sino en emociones y sentimientos, casi en instintos, que habías aprendido a expresar con ciertos pensamientos y len- guajes. Nadie se lo había advertido, probablemente, porque, a excepción de personas que ya se han visto atravesadas por ese proceso o de quienes, de una manera u otra (militancia, profesión…), se encuentran involucradas, la sociedad todavía no ha iniciado ese recorrido, el de la transición mental y emocional propia ante la transición sexual del otro u otra. La transición propia, la de uno mismo o una misma, la mental, la sentimental, la emocional, es otra transición existencial, de dimensiones colosales, junto a la que ya implica la transexualidad del otro. Por más que, en tanto sociedad, estamos avanzando en la segunda, Adi Wolfson nos muestra que queda un camino, nada sencillo, para hacerlo en la primera.
Las transiciones de sexo (transexualidades) están exhortando a todas las sociedades. No es sólo que haya que cambiar el lenguaje haciéndolo inclusivo, o desarrollar legislación que avance en igualdad. Ésa, si se permite el recurso a la expresión gráficamente metafórica, pero también paradójica, «es la parte fácil». La sociedad también está enrutándose hacia su propia transición existencial. Adi Wolfson es la voz de toda una sociedad, también de varias generaciones. Ésa, ésas, que “tenían” una niña y ahora “tienen” un niño. Ésa, ésas, en las que su cuerpo no estaba desacoplado de su identidad porque no son el sujeto activo de la transición sexual, pero que viven esa transición sexual como sujetos pasivos, como receptores del cambio en el otro, en la otra. Ésa, ésas, que son más proclives a aceptar el cambio si no les toca cerca pero que pierden sustentación, que se descomponen ante la ingravidez que supone la puesta en cuestión de las certezas de los pensamientos y comportamientos, de los sentimientos, patriarcales, en los que se habían socializado hasta el momento cuando la transexualidad se les presenta a las puertas, en el corazón y en la mente, a través de un cuerpo del ser al que aman pero que era el equivocado en la existencia del otro, de la otra.